miércoles, 10 de diciembre de 2014

RICHARD KUKLINSKI

El 23 de Marzo de 2006, EL MUNDO publicó la muerte de Richard Kuklinski, más prolífico asesino a sueldo de la historia. Años después, cayó en mis manos “El Hombre de Hielo”, su biografía. Leí el prólogo y ya no pude soltar el libro hasta llegar al final. Paso aquí a relatar la historia real de éste hombre. No es una historia apta para corazones sensibles o para estómagos impresionables. Es una historia plagada de violencia, tortura y asesinato.
Richard Kuklinski fue asesino a sueldo para la mafia durante dos décadas. Se especializó en gran variedad de procedimientos para matar, y su especialidad era la disposición del cadáver para que la policía no le relacionara con el crimen. Richard Kuklinski es uno de los hombres más peligrosos que han pisado éste planeta, del que tengamos noticia.
Pasamos a relatar su vida en nueve entradas. No ahorramos en detalles: avisado queda el lector curioso.
Richard Kuklinski nació en Jersey en 1935, en el seno de una familia de muy humilde. Vivían en un barrio marginal de viviendas protegidas. El ambiente familiar era rígido, violento y religioso. El padre, Stanley Kuklinski era hijo de inmigrantes polacos. Aquel hombre era un rudo guardafrenos, un hombre alcohólico, putero  y pendenciero, que sometía a golpes a su mujer y a sus hijos por costumbre.
Stanley y Annah Kuklinski
Stanley y Annah Kuklinski
La madre, Annah, era una mujer muy católica. De padres dublineses, creció en un internado religioso. Del que la sacó Stanley, para casarse. Pero la felicidad duró poco, si algo. Pronto empezaron los gritos. Stanley se volvía venenoso cuando bebíay pronto comenzaron los episodios de violencia doméstica. Cuando nació Florian, el primogénito de tres varones, las palizas ya debían de ser habituales. Los más tempranos recuerdos de Richard ya incluían las agresiones de sus padres. Hannah aprendió que tratar de protegerlos era contraproducente, pues agravaba la ira del marido y la atraía hacia ella. A menudo, mientras Stanley apalizaba a sus hijos, Annah rezaba en alto, de rodillas contra la pared. Otras, ella misma participaba en las palizas, desviando la atención de su marido hacia sus hijos. También a solas les pegaba ella, usando todo tipo de objetos, cuando su marido no estaba.
Un día, cuando Richard tenía cinco años, Stanley llegó borracho a casa, como de costumbre. Mal encarado, empezó a gritar a su mujer e hijos, y pronto llegaron los golpes. Richard corrió a esconderse, pero Florian no logró escabullirse. Y aquella noche, en medio de la escena habitual de violencia doméstica extrema, a Stanley se le fue la mano y desnucó, de un puñetazo, a su hijo mayor.  En ese instante, los gritos y golpes se detuvieron, y sus padres planearon juntos la coartada, con su hijo mayor ahí tirado. Iban a encubrir la muerte, disfrazándola de accidente. Sentirían pena más adelante. La primera sensación de aquel fallido matrimonio fue el miedo.
A Richard le contaron que Florian había sido atropellado. Hubo funeral y duelo. Luego, la progresiva vuelta a la rutina. Los golpes y gritos cesaron por un tiempo, pero los rezos contínuos ocuparon su lugar. El ambiente volvió a ser opresivo, y como consecuencia, la violencia regresó gradualmente a la casa de los Kuklinski.
Richard era un niño introvertido. Estudiante difícil y con problemas para relacionarse, era blanco de los chulos del colegio. Como había aprendido que era mejor no pasar demasiado tiempo en casa, y tampoco tenía amigos, empezó a hacer una vida callejera y solitaria. Lo que no estaba exento de problemas, pues en el vecindario también había chicos malos que le pegaban y humillaban cuando sus caminos se cruzaban.
Richard se aficionó, en esas tardes solitarias y callejeras, a torturar animales sin dueño. Los abundandes gatos eran un blanco fácil. Richard solía estrangularlos para ver cómo morían mirándolos a los ojos. También los quemaba vivos en un incinerador de basura. Otras veces, ataba dos gatos por la cola y los colgaba de un tendedero para verlos pelear hasta la muerte. Los animales vagabundos llegaron a escasear en su barrio.
Lo pasaba mejor solo que acompañado. No se fiaba de nadie. En casa, además, las cosas empeoraban. Annah tuvo dos hijos más, Roberta y Joseph. La presión doméstica sobre Stanley era mayor, y por tanto se agudizaba la violencia. Un día, Stanley empezó a verse con otra, y gradualmente fue abandonando el hogar, lo que implicó una mejoría inmediata. Pero Annah tuvo que ponerse a trabajar por las noches, y eso trajo consigo sus propios problemas.
Richard se aficionó a los pequeños hurtos, primero para llenarse la panza, y luego, para llevar comida a casa. Annah rezaba, se lamentaba y les pegaba durante todo el tiempo que no estaba trabajando o durmiendo. Se ensañaba especialmente con Richard, reprochándole sus robos. Pero tuvo que claudicar, gradualmente, y aceptar los alimentos. La verdad es que tenía desatendidos a sus hijos, y toda ayuda venía bien. La violencia no cesó sobre él, ni sobre sus hermanos, pero Richard crecía, y su pericia como ratero se extendió a la de ladrón de coches. Aprendió a conducir en las calles, sin más compañía que la de su sombra.
Parte del fracaso escolar de Richard se debía a una indetectada dislexia que hacía al chico parecer tonto o retardado. Pero Richard aprendió a leer con interés cuando cayó en sus manos una revista de crímenes. En aquella época la crónica negra era un género muy popular, mucho más que ahora, y existían decenas de publicaciones que describían con todo detalle y soporte fotográfico crímenes e investigaciones. Éstas revistas de crímenes cautivaron a Richard, que devoraba cuanto ejemplar caía en sus manos. Ayudado por aquellas publicaciones, empezó a fantasear con matar a Stanley, y planeó e imagimó decenas de modos de hacerlo. Y luego, pasó de planear la muerte de Stanley a planear la muerte de cualquiera que le estuviera jodiendo la vida.
Había en el barrio un chico mayor que le tenía especialmente  marcado. Él y sus compinches le hacían la vida imposible cuando sus caminos se cruzaban. Le hacían y decían de todo, con una crueldad que llama la atención sobre la dureza del ambiente, y Richard aprendió a esquivarles. Vivía escondido en las calles, escondido de sus padres, con quienes pasaba el menor tiempo posible, y escondido de los chicos malos, a quienes esquivaba siempre que podía.
Muerte 1: Charley Lane
Con trece años, y después de un episodio particularmente doloroso de vejaciones verbales y físicas por parte de éstos matones de barrio, se hartó. Acechó al jefe de los matones, Charley Lane, un chico de dieciséis años, y cuando conoció sus rutinas, trazó un plan. Charley tenía a raya a Richard, le hacía de todo, y dirigía a otros contra él. Richard había fantaseado muchas veces con matarle. Con una barra de hierro oculta en el antebrazo, le esperó en el callejón tras la casa del tipo, de madrugada, hasta que éste volvió de sus pendencias nocturnas. Allí, sin testigos, Richard se le encaró y le provocó. El matón atacó a Richard, y cayó al suelo con la sien abierta de un golpe certero y brutal en la cabeza. Richard Kuklinski se había cobrado su primera sangre. Solía asegurar, cuando recordaba el episodio, que su intención era solamente dar a aquel chico una lección, pero lo cierto es que una vez empezó a golpearlo, ya no pudo parar hasta que se dio cuenta de que lo había matado. Richard ocultó el cadáver en las sombras y fue a por un coche. Condujo de vuelta y transportó el cuerpo en el maletero hasta unas marismas. Allí le arrancó los dientes con un martillo y le cortó los dedos con un hacha. Tiró el cuerpo a un estanque helado. Condujo de vuelta tirando los dedos y dientes a la cuneta. También se deshizo de las herramientas. Abandonó el coche en un aparcamiento y caminó varias millas hasta casa. Se fue a acostar con la mejor sensación de su vida. De ser víctima, había pasado a ser verdugo, y le gustó.
ADOLESCENCIA
Pasaron muchos meses y la policía no se presentó. La vida de Richard dio un vuelco. Tras su primer crimen, se prometió que nadie le volvería a joder. Uno por uno, siguió a los chicos que le hacían la vida imposible, y los sometió a graves palizas, que pronto aprendieron a esquivarle a él. Con un grueso garrote, recorría metódicamente las calles buscando a todo aquel que le hubiera hecho algo en el pasado, para ajustar cuentas.
Richard pasó a frecuentar los billares de la zona. Le gustaba el billar y aprendió a jugar bien. Jugaba por dinero y solía ganar. Si alguien le faltaba al respeto, lo atacaba con el taco o con sus manazas. Se enzarzó en muchas peleas, que ganaba siempre. Un día se enzarzó con tres tipos que lo echaron del bar. Richard siguió al primero y lo apuñaló por la espalda. Luego, siguió al segundo y repitió la operación. No murieron. El tercero se fue de la ciudad y nunca volvió. Richard se creó una fama de tipo duro en la zona, y reunió a su propia pandilla, las Rosas Nacientes, con la que daba golpes a pequeña escala. Richard compró su primera pistola, un revólver del 38.
Richard se fue convirtiendo en un hombre ágil y corpulento. A Richard le gustaba ir elegante, y, aunque tímido, las mujeres solían abordarle. Una de ellas, Linda, se lo llevó a vivir con ella cuando Richard sólo tenía dieciséis años.
Muerte 2: Doyle
Doyle era un secreta del barrio. Un día, Doyle perdió al billar contra Richard y, queriendo provocarle, se burló de él delante de todo el mundo. Richard se fue del bar y esperó. Doyle salió después y fue a su coche. Se quedó allí, dormido con un cigarrillo. Todo un golpe de suerte. Richard compró gasolina en una estación cercana y la vertió al interior del vehículo. Lanzó una cerilla al interior y se quedó por allí para oír los gritos de Doyle. Volvió a casa con una gran sonrisa en los labios.
Por aquellos días, Stanley volvió a pegar a Annah durante una visita. Cuando Richard se enteró, fue directamente a por su padre. Lo agarró y le puso el 38 en la sien. “Si vuelves a acercarte a mi familia, te mato y te tiro al río”. Stanley nunca volvió a molestarles. Richard no lo había hecho por su madre, a quien despreciaba profundamente. Lo había hecho por sí mismo. Se arrepintió durante toda su vida por no haber apretado el gatillo aquel día.
No sentía mayor estima por su madre. Después de tanto rezo y tanta moralina y el sexo es malo y todo lo demás, un día fue a visitarla y se la encontró practicando el sexo con un vecino, un hombre casado. Quiso matarla allí mismo. Esa mujer le había pegado con saña y dedicación para inculcarle una férrea moralidad católica, y ahí estaba, abierta de piernas mientras el culo gordo y peludo del vecino embestía una y otra vez. Pero se dio la vuelta y se largó en silencio.
MAFIA
Gracias a la astucia de Richard, los golpes de las Rosas Nacientes tenían éxito, y se hicieron más ambiciosos. Robos en almacenes, atracos a droguerías y licorerías. No tardaron en llamar la atención de la mafia, que les encargó un asesinato. Había que matar a un tipo que no pagaba.
Muerte 3
Richard planeó el golpe. Siguieron al tipo en un coche. Llegado el momento, el encargado de realizar el disparo no tuvo valor para apretar el gatillo. Richard le arrebató el arma, se bajó del coche, se acercó al tipo, le disparó una vez en la sien y volvió al volante. Condujo hasta dejar a los otros chicos en su casa. Ellos mismos quedaron impresionados con la frialdad de Richard. “¡Mírale, fresco como una puta lechuga!” “Tío, estás hecho auténticamente de hielo”. Así le pusieron el sobrenombre de ICEMAN, el hombre de hielo.
Éste trabajo catapultó a los Rosas Nacientes, que , tutelados por la mafia italiana de Jersey, llegaron a dar un golpe de dos millones de dólares. Richard se aficionó al juego, y entró en una dinámica que ya no abandonaría nunca: ganar y perder enormes sumas de dinero en un abrir y cerrar de ojos. También inauguró otra dinámica: repartir violencia doméstica. Richard era, como lo fueron sus padres, una bomba de relojería. Podía estallar en cualquier momento. Linda se quedó embarazada y convenció a Richard, a regañadientes, para que se casara con ella.
Muertes 4, 5.
Dos miembros de las Rosas Nacientes dieron un paso en falso: asaltaron una partida de poker de la mafia. Un hombre de familia se puso en contacto con Richard. Le dijo que o mataba él a sus dos compañeros, o moriría toda la banda. Richard tuvo que aceptar. Tomó un revólver y visitó a sus dos compañeros por separado. Los mató por la espalda, de un tiro rápido en la cabeza. Desde ese momento, Richard pasó a ser un hitman de la mafia italiana de Jersey. La banda de las Rosas Nacientes quedó disuelta.
Muertes 6, 7, 8, 9, 10,…
Richard volvió a ir solo. Por esa época, solía dar largos paseos por Manhattan. En uno de esos paseos, un indigente lo abordó y se puso pesado. Richard Kuklinski lo apuñaló en la nuca y lo dejó allí mismo. Y se aficionó a esos paseos. Y a las presas anónimas que esos paseos le proporcionaban. Incluso él perdió la cuenta. Sabía, por sus revistas de crímenes, que la policía de Manhattan jamás se pondría en contacto con la de Jersey, en el supuesto de que intentaran resolver la ola de crímenes. Pensaron que eran reyertas entre indigentes, y Richard perfeccionó su arte. No le gustaba la sangre, prefería las muertes rápidas y silenciosas. Disparos sorpresivos con armas pequeñas, estrangulación, un puñal en la oreja, o en la nuca y hacia arriba, un pinchazo al corazón o en el ojo, provocaban la muerte instantáneamente.Un día ahorcó a un tipo con una cuerda. “Yo mismo hice de árbol”, contó. Richard ya se había convertido en un gigante de dos metros. Matar le hacía sentir bien.

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